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¿Te comparas a menudo con los demás? Si lo haces, normalmente terminarás en uno de dos lugares. O decides que eres mucho mejor que los demás, o decides que te quedas muy corto y no estás a la altura. Compararse con los demás es un muy mal hábito, a menudo un hábito pecaminoso, y realmente puede perjudicarte.

Esa es una lección que aprendemos de la parábola de los talentos, que está registrada en Mateo 25. Al contar Jesús ésta historia, hay tres personas que comienzan con cantidades (o talentos) muy diferentes que deben administrar para su jefe. Uno comienza con cinco, otro con dos y uno de ellos recibe solo uno.

Los dos primeros trabajan duro y duplican sus talentos, así que el primero tiene ahora diez, el segundo tiene cuatro. Pero ¿qué pasa con el tipo que sólo tenía uno? ¿Tiene ahora dos? No, todavía tiene uno solo porque decidió no hacer nada con el que tenía. Después de todo, podría perderlo y eso al jefe no le gustaría. Se le ocurre esta tonta excusa de que no quería perder su único y miserable talento, así que lo ocultó.

Si esperaba obtener una respuesta comprensiva de su jefe, estaba muy equivocado, porque el jefe lo reprendió duramente por no multiplicar lo que tenía. Sí, comenzó con un solo talento, pero luego todo lo que tuvo que hacer fue encontrar uno más y habría recibido la misma recompensa que recibieron los otros dos.

Creo que parte de su problema fue que comparó su único talento con los otros muchachos y decidió que de todos modos no podía hacer mucho con un solo talento, entonces, ¿para qué molestarse? No hizo nada porque cometió el error de compararse con los demás y luego organizar una fiesta de lástima.

No hay duda de que en tu trabajo hay personas con diferentes habilidades y talentos, algunas más talentosas que otras. Pero la cuestión no es con qué empezar; sino cómo terminas. Si trabajas según la regla de Jesús, él no te pide que estés a la altura de otras personas, sino simplemente que seas fiel para multiplicar lo que Él te ha dado. Compararse con los demás a menudo te desanimará. Simplemente agradece lo que tienes y aprovéchalo al máximo. Esa es la regla de Jesús.