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Si hoy fueras al médico y te dijera que algo que estás haciendo va a acortar tu vida y causarte un gran daño físico, ¿no estarías dispuesto a escuchar su consejo y abandonar esa conducta destructiva? He estado examinando el sufrimiento autoinfligido. Hemos visto cómo la amargura, la autocompasión, la falta de disciplina y la negatividad siempre son autoinfligidas y nos causan un gran daño.

¿Por qué tan a menudo hacemos cosas que nos infligen un gran sufrimiento a nosotros mismos y a los demás? Creo que, en primer lugar, porque a menudo no somos conscientes de lo que está sucediendo. Nos dejamos arrastrar a estas conductas destructivas antes de darnos cuenta de hacia dónde nos dirigimos. Por lo tanto, debemos orar para tener conciencia y discernimiento.

A veces elegimos continuar con nuestra conducta destructiva porque sentimos que tenemos un derecho: un derecho a ser amargados, o perezosos, o negativos, un derecho a tener un momento de autocompasión. Simplemente pregúntate: “¿No es la vida lo suficientemente dura sin hacer tu propia vida más difícil?”

Cuando me encuentro enredada en este tipo de comportamiento autodestructivo, trato de detenerme y preguntarme: “¿Por qué estás pensando en los males que te han hecho? ¿Por qué te compadeces de ti misma? ¿Por qué te concentras en cosas negativas? ¿Por qué te niegas a que te disciplinen? ¿No te das cuenta de lo que esto te está haciendo?”. Si tú y yo pudiéramos darnos cuenta de este comportamiento autodestructivo, haríamos que nuestras vidas fueran mucho más placenteras y productivas.

Pero una motivación mucho más elevada y mucho más importante es nuestro privilegio de ser embajadores de Jesucristo en nuestro mundo. Cuando nos deshacemos de estos sufrimientos autoinfligidos, nos liberamos para ser más como Jesús, más agradables a Él, una luz más brillante en un mundo oscuro.

Algún día nos presentaremos ante Jesús para dar cuenta de cómo vivimos nuestra vida aquí en la tierra. No quiero oír que mi vida no fue tan eficaz como podría haber sido porque insistí en sentir lástima por mí misma, o en ser amargada, o en ser indisciplinada, o en mantener una actitud negativa. Recuerda, puedes deshacerte de cualquiera de estas cosas en cualquier momento en que estés dispuesto a dejar que Dios te dé el poder para hacer lo que necesitas hacer.