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¿Alguna vez has visto a alguien golpearse literalmente la cabeza contra una pared? Usamos mucho esa frase, pero nunca he visto a nadie hacerlo a propósito, ¿y tú? Si lo hiciera, probablemente pensaría que esa persona está enferma mentalmente. No es un comportamiento normal infligir sufrimiento físico a tu propio cuerpo. Sin embargo, con cuánta frecuencia nos infligimos otro tipo de sufrimiento: sufrimiento autoinfligido que es innecesario y nos hace mucho daño.

La amargura tendría que estar en el primer lugar de esa lista de sufrimiento autoinfligido. La amargura es el resultado de llevar un registro de los males que nos han hecho. Proviene de negarnos a perdonar. Sucede cuando revivimos continuamente cómo se lastimaron nuestros sentimientos, cómo se dañó nuestro orgullo, cómo nos pisotearon.

Lo que he descubierto es que cuando albergamos sentimientos de amargura, el mal que nos han hecho crece en nuestra mente. Se exagera mucho hasta que perdemos la perspectiva y parece mucho peor de lo que es en realidad.

Déjame contarte las consecuencias de la amargura. En primer lugar, cambia tu apariencia física y no para mejor. Una persona amargada envejece rápidamente, se ve cansada, demacrada y poco atractiva. No me importa lo bien que te vistas o cuánto maquillaje uses, la amargura no se puede camuflar. Te hace ver feo.

En segundo lugar, la amargura arruina las relaciones. Nadie quiere estar con una persona amargada, porque se cansa de escuchar su triste historia todo el tiempo. Las personas amargadas están tan concentradas en el mal que les hicieron que tienden a hablar mucho de ello. Y, si te has dado cuenta, eso solo aleja a la gente en masa.

En tercer lugar, la amargura acorta tu vida porque agrega cantidades extraordinarias de estrés y fatiga. Es una de tus mayores fugas de energía; solo te mantiene exhausto.

La amargura es sufrimiento autoinfligido. Eso significa que en cualquier momento que decidas, puedes dejar de sufrir por amargura. El perdón es tu elección; abandonar tu ira es tu elección. Romper esa lista de males que te hicieron es tu elección. Nadie puede obligarte a sentirte amargado si no quieres. No importa cuán justificado estés al sentirte amargado, lo único que hace es destruirte.

¿Dejarás hoy de golpearte la cabeza contra ese muro de amargura? Es un sufrimiento autoinfligido. Recuerda, puedes elegir dejar ir la amargura ahora mismo, por la gracia de Dios.