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En la primera parte les presenté la historia de Josafat, uno de los reyes de Judá. Se encuentra en 2 Crónicas 20 y es uno de mis capítulos favoritos de la Biblia. Te animo a leerlo; si tienes tiempo, abre tu Biblia en el capítulo 20 de 2 Crónicas y sígueme. Judá era la más pequeña de las dos naciones israelitas, con solo dos tribus. Su sede estaba en Jerusalén, pero eran pequeñas y no estaban realmente equipadas para luchar contra un gran ejército enemigo.
Sin embargo, en este capítulo aprendemos que, de repente, tres ejércitos enemigos se dirigen hacia ellos con la firme intención de destruirlos a todos y apoderarse de su territorio. Vimos cómo reaccionó Josafat al escuchar esta aterradora noticia. Se alarmó, como era de esperar, pero su primer paso fue consultar al Señor. Luego, de su oración, extraemos siete consejos que nos indican qué hacer cuando no sabemos qué hacer. En realidad, Josafat no tenía ningún plan para derrotar a este gran ejército que venía contra ellos. Pero en lugar de compadecerse de sí mismo, huir o darse por vencido, consultó al Señor.
Primero, mencionó quién era Dios, para que él y su pueblo, para que se centraran en Dios en lugar de centrarse en los problemas. Luego recordó cómo Dios les había sido fiel en el pasado; recordó cómo Dios siempre había estado con ellos. Así pues, las dos primeras R son:
- Recita quién es Dios.
- Recuerda lo que Dios ha hecho por ti en el pasado.
Ahora, comenzamos con la tercera R:
#3: Recuerda las promesas de Dios.
Eso es lo que Josafat hace a continuación. Él dice:
“Cuando nos sobrevenga una calamidad, ….si nos congregamos ante ti, en este templo que lleva tu Nombre, y clamamos a ti en medio de nuestra aflicción, tú nos escucharás y nos salvarás”. (2 Crónicas 20:9).
Dios les había dado la promesa de que, si se presentaban ante él, ante el templo, y clamaban a Dios, él los escucharía y los salvaría. Josafat estaba reclamando esa promesa. No necesitaba recordarle a Dios su promesa; necesitaba recordarla él mismo, y el pueblo de Judá necesitaba recordar cómo Dios había prometido cuidarlos.
La Biblia tiene promesas solo para ti, ¿lo sabías? ¿Has aprendido a recurrir a la Palabra de Dios y pedir una promesa cuando te enfrentas a una situación imposible?
Recuerdo cuando comencé este ministerio en 1984 en una estación de Chicago. Eso era todo lo que imaginaba que sería, y estaba encantada de que Dios me hubiera dado esa oportunidad. Poco después, comenzaron a surgir oportunidades, y me di cuenta de que este ministerio podía crecer y llegar a ser mucho más grande de lo que jamás había imaginado. Y tenía miedo; sabía lo inadecuada que era para la tarea. Sabía lo inexperta que era. Y realmente quería renunciar. Pero no podía negar que Dios me había abierto las puertas de una manera milagrosa.
Así que me senté con mi Biblia y oré: «Señor, si este es el ministerio que tienes para mí, por favor, dame una promesa a la que aferrarme al emprenderlo, porque sé que habrá días y momentos en los que querré rendirme». Bueno, mi lectura de ese día incluyó Isaías 50, y justo en ese maravilloso capítulo está la promesa de Dios para mí. Permítanme compartirla contigo:
El Señor Soberano me ha dado sus palabras de sabiduría, para que yo sepa consolar a los fatigados…. Debido a que el Señor Soberano me ayuda, no seré avergonzado. Por lo tanto, he puesto el rostro como una piedra, decidido a hacer su voluntad. Y sé que no pasaré vergüenza. (Isaías 50:4-7).
Sabía que esa era la promesa de Dios para mí. Esos versículos ahora están enmarcados en mi oficina, y no puedo imaginar cuántas veces los he consultado cuando me he sentido desanimada, fatigada, cansada de la responsabilidad. Y esa promesa me ha sostenido y me ha fortalecido para poner mi rostro como una piedra y reclamar la promesa de que no seré avergonzada.
¿Necesitas una promesa de Dios ahora mismo? Acude a su Palabra y pídela; Dios te dará una. A ti también.
#4: Replantea el problema a Dios.
Ahora, después de que Josafat había recitado quién era Dios, recordando lo que había hecho y recordando sus promesas, entonces —y solo entonces— Josafat replantea su problema. Ora:
» Cuando Israel salió de Egipto, tú no le permitiste que invadiera a los amonitas, ni a los moabitas ni a los del monte de Seír, sino que lo enviaste por otro camino para que no destruyera a esas naciones. ¡Mira cómo nos pagan ahora, viniendo a arrojarnos de la tierra que tú nos diste como herencia! Dios nuestro, ¿acaso no vas a dictar sentencia contra ellos? Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. (2 Crónicas 20:10-12a).
Josafat es realista respecto al problema. Dios nunca nos ha pedido que nos hagamos los tontos y pretendamos que nuestros problemas no existen. Pero en lugar de quejarnos y lamentarnos, deberíamos simplemente presentarle el problema a Dios con toda la sinceridad de nuestro corazón y decirle exactamente cómo nos sentimos al respecto. Eso fue lo que hizo Josafat. Expresó su ira y la injusticia de la situación. Pero lo hizo de la manera correcta, a la Persona indicada.
La secuencia es fundamental. Replanteas el problema después de haber mencionado quién es Dios, recordado lo que ha hecho y recordado las promesas que te hizo. Entonces estás listo para enfocarte en el problema porque estás centrado en Dios en lugar de en ti mismo.
#5: (de la palabra reléase) Entrégale el problema a Dios.
En cuanto le presenta el problema al Señor, Josafat se lo entrega a Dios. ¡No sabemos qué hacer! Pero en ti hemos puesto nuestra esperanza»” (2 Crónicas 20:12b).
Él admite su total incapacidad para resolver el problema. No pretende tener respuestas. Simplemente dice: «Señor, aquí está. Es tu problema, no el mío».
A eso se refería Jesús cuando nos invitó a cambiar nuestra pesada carga por la suya, que es ligera. Simplemente, déjala a sus pies, reconociendo tu propia incapacidad para hacer algo al respecto. Eso es dejar el problema en manos de Dios. Es una prueba de que confías en él.
¿Te cuesta soltar? Es una de mis luchas. Puedo soltarlo y, unas horas después, retomarlo. Cuando realmente no sabes qué hacer y parece que no hay opciones razonables, es entonces cuando se lo entregas a Dios y declaras que confías en él. A menudo, he usado las mismas palabras de Josafat: «Señor, no sé qué hacer, pero mi esperanza está en ti».
#6: Regocíjate en la salvación de Dios
Este siguiente paso es realmente emocionante. Después de su oración, un profeta se levantó y dijo: ¡No tengan miedo! No se desalienten por este poderoso ejército, porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios… No tengan miedo ni se desalienten. ¡Salgan mañana contra ellos, porque el Señor está con ustedes!”». (2 Crónicas 20:15-17).
Esa palabra de aliento no llegó hasta que Josafat le entregó el problema a Dios. Cuando tú y yo nos aferramos, nos quejamos, nos preocupamos e intentamos arreglar las cosas nosotros mismos, frenamos el plan de liberación de Dios. Él espera ver tu acto de fe, que debe preceder a la liberación.
Al día siguiente, mientras se preparaban para enfrentar a este enemigo imposible, Josafat los animó de nuevo diciéndoles que saldrían victoriosos porque el Señor estaba librando la batalla por ellos. Y designó hombres para cantar al Señor y alabarlo por el esplendor de su santidad, mientras salían al frente del ejército, diciendo: «Den gracias al Señor, porque para siempre es su misericordia» (2 Crónicas 20:21).
Verás, entraron en la batalla regocijándose por la victoria. Esa es la sexta R: regocijarse de antemano, incluso antes de saber cómo Dios los va a liberar. Hay que reconocerles el mérito a estos cantores. Marcharon al frente de los guerreros, dirigiéndose hacia un enemigo que fácilmente podría aniquilarlos, y fueron los primeros en partir. Pero obedecieron a Dios y lo alabaron por la victoria incluso antes de que se lograra.
Y cuando llegaron al campo de batalla, solo encontraron cadáveres tirados en el suelo; los enemigos se confundieron y se mataron entre sí. El ejército de Josafat ni siquiera tuvo que luchar. Tenían que presentarse; tenían que obedecer a Dios; tenían que enfrentarse al enemigo; tenían que proclamar la victoria de antemano. Pero una vez allí, la lucha terminó. ¡Qué grandes principios encontramos en este maravilloso ejemplo de fe! ¿Cuál es tu imposibilidad hoy? ¿De verdad quieres dejar que Dios tome el control? Si es así, sigue el plan de Josafat y comienza por:
- Decir en voz alta quién es Dios.
- Recordar lo que ha hecho por ti.
- Recordar las promesas que te hizo.
- Replantear el problema, explícalo.
- Entregárselo a Dios para que lo resuelva.
- Regocijarte porque ya te ha escuchado y te ha respondido.
#7: Descansa (de la palabra Rest)
Ahora, hay una R más que resulta de seguir estos principios. La encontramos en el versículo 30:
Y el reino de Josafat estaba en paz, porque su Dios le había dado paz por todos lados.
¿Necesitas descansar hoy? ¿Estás cansado de intentar luchar tus propias batallas? ¿Estás cansado de perderlas? Quizás sea hora de que sigas el ejemplo de Josafat. Entrégale el problema a Dios y deja que él pelee la batalla por ti. Tienes que presentarte; tienes que obedecer; tienes que marchar al campo de batalla. Pero no tienes que pelear. Es la lucha de Dios, no la tuya. Pero primero debes soltar y cederle el control.
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