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Mi tema de esta semana es: ¿qué hacer con el dolor? Ninguno de nosotros escapa a algún tipo de dolor emocional, algún tipo de herida, y ya sea una ofensa leve o algún trauma profundo y arraigado que hayas experimentado, tienes que decidir qué vas a hacer con ese dolor. Esa es la cuestión más importante porque determina si vas a dejar que te haga daño sin fin o si lo vas a dejar atrás de alguna manera y seguir adelante.

¿Cuál es la forma más común en que la gente lidia con el dolor? ¿No crees que la forma más común es albergarlo, culpar a los demás, revivirlo una y otra vez? Puede volverse tan absorbente que el dolor comienza a definir quién eres. Recuerdo a una persona que conocí hace muchos años que eligió verse a sí misma como la persona a la que todos en su vida habían hecho daño. Su dolor se convirtió en su identidad y, en su mente, siempre se vio a sí misma como una víctima. Eso era lo que era, y no tenías que estar cerca de ella mucho tiempo para que te lo comunicara de una forma u otra. Ella se convirtió en víctima de todos en su vida, incluso de aquellos que realmente estaban tratando de ayudarla.

Ahora bien, ¿quién perdió en esa situación? Ella, por supuesto. Continuó acumulando todo tipo de dolor sobre sí misma, exagerando el dolor que había experimentado y viviendo en tristeza y dolor porque eligió albergar el dolor. ¿Podría ser que tu hayas hecho algo similar?

¿Por qué nos aferramos a los sentimientos heridos durante tanto tiempo, acumulando así infelicidad sobre nuestras propias cabezas? Ciertamente no nos vengamos de nuestros ofensores al aferrarnos a los sentimientos heridos. Si crees que una fiesta de autocompasión aliviará parte de tu dolor, ¡piénsalo de nuevo! Las fiestas de autocompasión son adictivas, ¡además de lamentables! Cuanto más te compadezcas de ti mismo, más tratarás de encontrar consuelo en tu autocompasión. Puede ser un círculo vicioso y, por supuesto, solo empeora las cosas.

Quiero alentarte hoy a pensar en lo que haces con tu dolor. El Salmo 22:24 es un versículo al que aferrarse.

Porque él no desprecia ni tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro,     sino que lo escucha cuando a él clama (Salmo 22:24).

Nuestro Señor se compadece de tu dolor, y no se ha apartado ni se apartará de ti.