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¿ De qué o de quién te jactas? O en nuestra lengua, ¿de qué alardeas?

Pablo dijo a los gálatas: “En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gálatas 6:14). ¿Te imaginas cómo sonaba esto para el pueblo judío de esa época? ¿Alardeando de la cruz? Eso era impensable y, sin embargo, es gracias a la cruz que Jesús pudo comprar nuestra salvación.

He dirigido muchas giras a Israel y cada vez que fui al Huerto de Getsemaní, donde Jesús pasó esas horas de agonía antes de ser arrestado, recordé que no es un cuento de hadas, no es solo una historia que se ha transmitido de generación en generación a través de los años. No, la cruz de Jesucristo fue real. Él sufrió esa muerte vergonzosa por mí, y por ti, para que Dios pudiera perdonar nuestros pecados y pudiéramos tener la justicia de Jesucristo acreditada en nosotros y, por lo tanto, haciéndonos elegibles para pasar la eternidad con Dios.

Hay algo en sentarse en ese jardín, todavía lleno de olivos, y saber que estamos en tierra sagrada, caminar y meditar allí donde Jesús agonizó hasta que su sudor era como gotas de sangre que caían al suelo, orando “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”, al enfrentarse a la realidad de estar separado de su Padre y llevar en su propio cuerpo los pecados del mundo. Cada vez que salía de ese Jardín, salía más humilde y más consciente de lo que significaba para Jesús darse a sí mismo en rescate por muchos —por mí— y estar dispuesto a morir en una cruz.

Mientras tú y yo celebramos la resurrección de nuestro Señor, gloriémonos en la cruz, porque sin ella no tenemos esperanza. Presume de la cruz y de lo que Jesús ha hecho por ti. Díle a todos los que puedas por qué esta celebración es tan vital y valiosa para ti. Y celebraremos con gran alegría el hecho de que la tumba no pudo contener a Jesús; la muerte no tuvo victoria sobre él. Se levantó de entre los muertos.

¿Qué clase de dios muere? Sólo el verdadero Dios, el único Dios, que murió para que nosotros pudiéramos vivir. Deja que esto se hunda en tu mente y corazón mientras te asombras de que Jesús haya muerto por ti. Nunca des por sentada esta historia, esta verdad, ni permitas que se convierta en una historia más. Comprender la atrocidad de su muerte en una cruz es edificante y asombroso, y es motivo de gran alegría.