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Presentado por Julie Busteed
He estado reflexionando sobre Juan 15, sobre lo que Jesús les dijo a sus discípulos durante sus últimos momentos con ellos antes de que todo en su mundo cambiara. Antes de la crucifixión. Antes de la resurrección. Habían caminado con él durante tres años, observando el desarrollo de su ministerio. Debió ser un tiempo intenso, emocionante y desconcertante para ellos. Creían que él era el Mesías, pero sucedían tantas cosas de maneras inesperadas.
Jesús lo comprendió. Y en estas últimas horas, les ofreció palabras de aliento y vida, palabras que también son para nosotros. Habló de permanecer en él, de permanecer con él en cada momento, en cada etapa. La relación con él no es pasiva; como cualquier relación significativa, requiere tiempo, atención e intención. Pero también es nuestra fuente de vida, y él promete mucho a quienes permanecen cerca de él.
Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. (Juan 15:9-12).
Habitar es permanecer en su amor. Jesús siguió la voluntad de su Padre —hasta la cruz— y nos invita a seguirlo obedeciendo sus mandamientos: amar a Dios con todo nuestro corazón, mente y fuerzas, y amar al prójimo como él nos ha amado. Cuando vivimos en ese tipo de amor, nuestros deseos se alinean con los suyos, y la Escritura dice que podemos pedir lo que queramos y se hará.
Me encanta cómo lo expresa San Agustín: «Ama a Dios y haz lo que quieras».
Cuando amamos de verdad a Dios, la obediencia fluye con naturalidad y nuestros corazones se alinean con el suyo.
Ya llegó diciembre, y el ajetreo navideño ya nos arrebata el tiempo y la atención. Mi oración es que, en medio de esta temporada tan ajetreada, tú y yo sigamos encontrando maneras de hacer de nuestra relación con Cristo nuestra máxima prioridad. Es muy fácil dejarse llevar por mil cosas: regalos, comida, compras, reuniones, eventos; todo es bueno. Pero lo mejor que podemos hacer es pasar tiempo con quien dio su vida por nosotros, quien se humilló y vino como un bebé para traernos la salvación.
Al reflexionar en esta verdad, que tu amor por él se profundice y tu corazón rebose, tanto que tu familia, amigos y compañeros de trabajo experimenten su amor a través de ti.
