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Recuerdas la historia del joven rico que se acercó a Jesús y le preguntó qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que necesitaba hacer un compromiso: necesitaba vender todo lo que tenía y dárselo a los pobres, y luego seguir a Jesús. Este joven se entristeció mucho cuando Jesús le dijo esto y no cumplió porque el compromiso era demasiado costoso para él.

Tomó la decisión de no comprometerse, pero notó que eso lo puso muy triste, no feliz. Sin duda, este era un compromiso enorme que Jesús le estaba pidiendo, porque sabía que el dinero era su dios. No podía seguir a Jesús hasta que amara a Jesús más que al dinero. Pero Jesús no le estaba pidiendo que hiciera lo imposible, ni tampoco estaba tratando de hacerle la vida miserable. Todo lo contrario. Jesús quería que él tuviera una vida abundante, una vida que no se puede comprar con dinero. Pero él no estuvo dispuesto a asumir ese compromiso y se fue muy triste.

El compromiso tiene un precio, ya sea el compromiso de casarse con alguien, aceptar un trabajo o trabajar en un comité de la iglesia. Y deberíamos considerar el costo de cualquier compromiso que asumamos. Pero no debemos temer al compromiso sólo porque tiene un costo, porque los compromisos son la puerta para encontrar la libertad que buscamos.

Por ejemplo, supongamos que decides comprometerte a leer y estudiar más la Biblia. Para que eso suceda, tú te comprometes a seguir alguna estructura que te impongas a ti mismo para leer la Biblia de manera sistemática y regular y para llevar un diario de lo que Dios te dice mientras la lees. Luego comienzas a cosechar los beneficios de este compromiso al ver cómo Dios usa su Palabra para enseñarte, cambiarte, consolarte y guiarte.

Tal vez decidas que finalmente es hora de hacer algo con respecto a tus hábitos alimenticios y te comprometas a llevar una dieta más saludable con menos calorías. Entonces tienes que pagar el precio de ese compromiso al no comprar comida chatarra, no ir a restaurantes de comida rápida, no comer en exceso y poner verduras y frutas en tu menú. Cuando pagas ese precio, empiezas a cosechar los beneficios: te ves y te sientes mejor, tienes más energía y duermes mejor. Entonces te das cuenta de que el compromiso vale el precio.

Quizás decidas que es hora de involucrarte más en tu iglesia, por lo que te inscribes en un estudio de grupo pequeño y pasas tiempo allí semanalmente. Al final ofreces tu casa para un estudio, y eso requiere un poco de tiempo y esfuerzo, incluso un poco de dinero. ¿Pero en qué te beneficias? Nuevos amigos, un grupo de apoyo, buena información vertida en tu mente, relaciones sanas. Es un compromiso que vale el precio.

Realmente hay una libertad maravillosa al estar comprometido.