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Como líder en el ministerio durante muchos años, soy consciente de que la gente está cada vez menos dispuesta a comprometerse. Muchos esperan hasta el último minuto para inscribirse o aceptar ayudar. Puede resultar frustrante, pero ¿cuál es el motivo?

Tuve una conversación con una joven de unos 20 años que estaba trabajando en su maestría en teología, y me explicó –en sus palabras– que su generación no quiere sentirse encadenada a algún compromiso porque quiere sentirse libre de hacer lo que quiera hacer en este momento. Quieren vivir sin estructura y mantener abiertas sus opciones.

Creo que su análisis fue bastante preciso. Es una actitud que prevalece entre la generación más joven, pero créeme, también se ha infiltrado en la mente de nosotros, las personas mayores. Es el resultado de una mentalidad muy egocéntrica, y hemos fomentado este tipo de pensamiento con nuestro énfasis en los derechos individuales, la libertad individual y la realización individual. En otras palabras, hemos desarrollado una mentalidad cultural que nos convence de que todo se trata de mí, y sin duda esa es una razón clave en esta falta de voluntad para comprometernos con cosas que podrían costarnos algo de tiempo, dinero o trabajo.

Es una ilusión destructiva creer que eres más libre cuando tienes menos compromisos. Jesús dijo que la verdad los hará libres, y si el Hijo los libera, serán verdaderamente libres. Todos anhelamos la libertad; está en nuestros genes. Pero muy a menudo simplemente ladramos al árbol equivocado para tratar de encontrarla. La libertad que traerá satisfacción, contentamiento y gozo a tu vida se encuentra sólo en Jesús. Pero esa libertad que él nos da trae consigo un compromiso, porque ser discípulo de Jesucristo es renunciar a nuestros derechos ante él y decidir que nos comprometeremos a hacer su voluntad.

Ahora bien, eso debería afectar nuestra vida cotidiana. Cuando nos enfrentamos a opciones, cuando se nos pide que hagamos compromisos, nuestro primer pensamiento debería ser: “¿Qué querría Jesús que hiciera?” Deberíamos preguntarnos: “¿Estoy eligiendo mi camino o el camino de Dios?”

Cuando aceptaste el trabajo que tienes ahora, te comprometiste con esa organización. Hacer ese compromiso te otorga un cheque de pago, lo que te brinda la libertad de pagar tus cuentas, comprar algo de comida y ropa, ¡y evitar quedarte sin hogar! De la misma manera, nos comprometemos a aceptar a Jesús como Señor y Salvador y disfrutar de todos los increíbles beneficios que él trae a nuestras vidas, pero también conlleva la responsabilidad de comprometernos: dar nuestra vida a otros, perder nuestra vida, para encontrarla.