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Presentado por Lisa Bishop

¿De qué está lleno tu corazón? Estamos examinando por qué nuestras palabras importan; y por qué lo que decimos es importante como seguidores de Jesús.

En Lucas 6:43-45, Jesús muestra lo que nuestras palabras exponen, cuando dice:

Un buen árbol no puede producir frutos malos, y un árbol malo no puede producir frutos buenos.  Al árbol se le identifica por su fruto. Los higos no se recogen de los espinos, y las uvas no se cosechan de las zarzas. Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su mal corazón. Lo que uno dice brota de lo que hay en el corazón (Lucas 6:43-45).

Jesús está explicando cómo podemos juzgar el carácter de una persona. Al igual que si miráramos un árbol o una planta para saber si es un árbol “bueno” o no, nuestras palabras muestran el fruto de nuestro corazón.

¿Qué revela el fruto de tus palabras sobre la condición de tu corazón? Si hicieras un inventario de las conversaciones y comentarios que fluyen de tu lengua de forma regular, ¿qué notarías? Cuando estás en la oficina, ¿qué sale de tus labios, en voz alta o en voz baja? Cuando estás en casa con tu cónyuge, tus hijos o tu compañero de cuarto o interactúas con un extraño, ¿qué muestran tus palabras?

Podemos aprender mucho cuando prestamos atención a las palabras que salen de nuestra boca. Si encuentra que tus palabras son duras, impacientes, llenas de ira, contraproducentes desmotivantes, o despectivas hacia los demás, es hora de examinar tu corazón. Tus palabras revelan lo que siente tu corazón y lo que hay dentro de ti.

Tus palabras pueden ser la luz indicadora de que algo en tu corazón necesita el toque sanador de Dios.

Tu Padre celestial quiere ministrar en los rincones de tu corazón que están produciendo malos frutos: los lugares que están enojados, amargados, heridos, cansados o endurecidos. Escúchame cuando digo que todos luchamos con nuestras palabras. Diferentes circunstancias, estaciones o personas provocarán que lo más profundo de nuestra alma salga a la superficie a través de nuestra habla. Cuando te detienes el tiempo suficiente para observar tus palabras y sientes curiosidad por saber de dónde vienen, puedes salir del piloto automático e invitar intencionalmente a Dios a buscarte y ayudarte.

Una de mis oraciones favoritas proviene del Salmo 19:14,

Que las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón sean de tu agrado, oh Señor, mi roca y mi redentor.  

Como cristianos, nuestros corazones han sido y están siendo cambiados continuamente por el poder de Dios. Y ese cambio se refleja en nuestras palabras.