Play

¿Alguna vez has estado atrapado en un semáforo en rojo, y crees que nunca va a cambiar? A veces parece que Dios nos tiene atrapados en una luz roja y nunca vamos a llegar a ninguna parte, pero no hay nada que podamos hacer para que se vuelva verde. 

Los períodos de espera de nuestras vidas, sin embargo, son muy importantes para nuestro crecimiento espiritual, porque a través de ellos aprendemos a caminar por fe y no por vista. Cuando podemos aceptar nuestros períodos de espera, a pesar de que no entendemos lo que está sucediendo, y decirle a Dios que elegimos confiar en él de todos modos, entonces transferimos la responsabilidad de la situación a Dios y la carga está fuera de nuestra espalda. 

¿No solemos malinterpretar a Dios cuando nos tiene parados en una luz roja? Incluso podemos dudar de su amor y cuidado por nosotros, porque nuestras mentes nos dicen que, si realmente le importara, se movería en nuestro nombre ahora mismo. Pero Dios está dispuesto a que lo malinterpretemos para lograr su meta para nosotros: enseñarnos a caminar por fe y no por vista.

Recuerdo un retraso de tres años que Dios me dio, cuando quería dejar un trabajo en el que estaba. Desde mi punto de vista, no se podía hacer nada bueno permaneciendo en ese trabajo otro día. Era tan doloroso hacerme ir a esa oficina cada mañana. Así que, en mi estilo habitual, actualicé mi hoja de vida y comencé la búsqueda de empleo. Tenía plena confianza en que podría encontrar algo adecuado rápidamente.

Los días se convirtieron en semanas y meses, y los trabajos que parecían encajar perfecto cayeron. Le preguntaba a Dios: 

“¿Por qué dejaste perder ese trabajo? Eso me habría sacado de este lío.” Pero finalmente, le di permiso a él para que me mantuviera allí mientras sirviera a sus propósitos, aunque no podía imaginar qué buenos propósitos podrían servir. Ese es el lugar al que debemos ir.

Si hubiera dejado ese trabajo cuando quise, me habría perdido tres años de desarrollo personal que han sido esenciales para mi caminar con Dios y el ministerio que él me ha dado. Las duras lecciones que aprendí moldearon mi carácter significativamente. Y, además, durante esos años adquirí habilidades de negocios y experiencia que me permitió ser autónoma, y que resultó ser esencial al inicio de este ministerio. Dios sabía lo que estaba haciendo.

Si estás en esa situación hoy, preguntándote por qué Dios no ha hecho nada todavía, trata de recordar que llegará el día en que ya podrás mirar hacia atrás y ver cómo él te estaba desarrollando en ese momento. Algún día te dará luz verde.