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Si estás pensando que me he inventado esta enfermedad del saltamontes, permíteme recordarte la época en que el pueblo de Dios padecía esta enfermedad. Lo encontrarás registrado en Números 13. Aquí hay algunos versículos seleccionados de ese capítulo:

“El Señor le dijo a Moisés: «Envía hombres a explorar la tierra de Canaán, la tierra que les daré a los israelitas. Envía a un jefe de cada una de las doce tribus de sus antepasados». Entonces Moisés hizo lo que el Señor le ordenó y envió a doce hombres desde el campamento en el desierto de Parán, todos jefes de las tribus de Israel. (13:1-3).

“Cuando Moisés los envió a explorar Canaán, les dijo: ‘Vean cómo es la tierra y si la gente que vive allí es fuerte o débil, poca o mucha. ¿En qué clase de ciudades viven? ¿Son sin murallas o fortificadas? ¿Cómo está el suelo? ¿Es fértil o pobre? ¿Hay árboles en él o no? Haz lo mejor que puedas para traer de vuelta algo del fruto de la tierra.’ (13:17-20).

“Así que ellos subieron y exploraron la tierra… Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra… Le dieron a Moisés este relato: ‘Entramos en la tierra a la cual nos enviaste, y sí fluye con leche y miel, aquí está su fruto, pero el pueblo que habita allí es poderoso, y las ciudades fortificadas y muy grandes… (13:21,25, 27-28).

Pero Caleb trató de calmar al pueblo que se encontraba ante Moisés. —¡Vamos enseguida a tomar la tierra!—dijo—. ¡De seguro podemos conquistarla! Pero los demás hombres que exploraron la tierra con él, no estuvieron de acuerdo: —¡No podemos ir contra ellos! ¡Son más fuertes que nosotros! Entonces comenzaron a divulgar entre los israelitas el siguiente mal informe sobre la tierra: «La tierra que atravesamos y exploramos devorará a todo aquel que vaya a vivir allí. ¡Todos los habitantes que vimos son enormes! Hasta había gigantes, los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!»..'” (13:30-33).

SALTAMONTES! Así es como se veían a sí mismos: ¡saltamontes! Y como resultado, querían darse por vencidos. Perdieron toda esperanza de entrar alguna vez en la tierra prometida. En el capítulo 14 la historia continúa:

“Todos los israelitas murmuraron contra Moisés y Aarón, y toda la asamblea les dijo: ‘¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! ¡O en este desierto! ¿Por qué el Señor nos trae a esta tierra solo para dejarnos caer a espada? Nuestras mujeres y nuestros hijos serán tomados como botín. ¿No sería mejor que volviéramos a Egipto?” (Números 14:2-3).

Oh, esta enfermedad de los saltamontes es realmente seria. Déjame señalarte los síntomas de esta enfermedad para que puedas revisar y ver si te has contagiado últimamente:

Primero, borra tu memoria.

Piensa en esos hijos de Israel, suspendidos en las fronteras de Canaán. ¿Cómo habían llegado allí? Dios los había sacado milagrosamente de Egipto. Quiero decir, no todos los días ves las aguas del Mar Rojo abrirse y caminar sobre tierra firme. Milagro, tras milagro había sucedido justo en frente de sus ojos. Pero ni siquiera se acordaban.

Entonces, cuando contraes la enfermedad del saltamontes, recuerdas lo que debes olvidar y olvidas lo que debes recordar.

¿Alguna vez te ha pasado eso? ¿Con qué frecuencia te has encontrado frente a lo que parecía una imposibilidad, y todo lo que podías hablar, todo en lo que podías concentrarte era en lo difícil que iba a ser? Si ahí es donde te encuentras hoy, es posible que estés contrayendo esta enfermedad.

En segundo lugar, te quejas y te lamentas.

Si sabes algo acerca de los hijos de Israel, sabes que quejarse y lamentarse era un problema común para ellos. Y efectivamente, tan pronto como escucharon el mal informe de los diez espías infieles, se quejaron y murmuraron contra Moisés y Aarón. Observa que su espíritu de queja se extendió rápidamente a todos los que los rodeaban. ¡Esta enfermedad es muy contagiosa!

¿Cuándo fue la última vez que te quejaste o te lamentaste? Pablo escribió a los filipenses “Hagan todo sin quejarse ni discutir…” (2:14). ¡Todo! Cuando te quejas, no solo te deprimes a ti mismo, ¡sino también a todos los que te rodean!

En tercer lugar, deseas renunciar.

Esta enfermedad del saltamontes te hace querer retirarte; olvidar tu llamado y rendirte. Estas personas estaban listas para regresar a la esclavitud y volver a ser esclavos en Egipto. Se olvidaron de lo terribles que eran las cosas en Egipto y estaban dispuestos a abandonar esta tierra de leche y miel y regresar a la esclavitud.

Ah, hubo muchas ocasiones en las que quise renunciar, ocasiones en las que ya no tenía el coraje o la audacia que necesitaba para hacer lo que Dios quería que hiciera. Momentos en los que quería desistir porque parecía la salida más fácil, tal vez la única salida. David quería renunciar. En un momento difícil de su vida dijo: ” Mi corazón late en el pecho con fuerza; me asalta el terror de la muerte. El miedo y el temblor me abruman, y no puedo dejar de temblar. Si tan solo tuviera alas como una paloma, ¡me iría volando y descansaría!. (Salmo 55:4-6).

Entiendo exactamente cómo se sintió David, ¿tú no? ¿Has estado deseando renunciar últimamente? ¿Has perdido el coraje? ¿Podría ser que te estés enfermando con esta enfermedad del saltamontes?

En Juan 6 vemos donde los discípulos contrajeron la enfermedad del saltamontes. Una gran multitud había seguido a Jesús a un lugar lejano, y Jesús le preguntó a su discípulo Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coman estas personas? Esto lo pidió solo para probarlo, porque ya tenía en mente lo que iba a hacer”. (Juan 6:5b-6) Aquí había una imposibilidad, cinco mil personas para ser alimentadas, y sin dinero.

Jesús conocía la imposibilidad; también conocía la solución. Pero antes de solucionar el problema, puso a prueba a Felipe. Mira la respuesta de Felipe. Se enfoca en el dinero: —¡Aunque trabajáramos meses enteros, no tendríamos el dinero suficiente para alimentar a toda esta gente!. (Juan 6:7). Evidentemente, Felipe era bueno en matemáticas. Sin una calculadora, rápidamente se dio cuenta de que la suma de dinero requerida era ridículamente alta. Parafraseando su respuesta, “Señor, ¿estás bromeando? Tomaría ocho meses del salario de un hombre promedio solo para comprar suficiente pan para dar a todos, una pequeña porción. Estamos hablando de mucho dinero, Señor. ¿Hablas en serio acerca de alimentar a esta multitud?”

Observa cómo responde Andrés “Aquí hay un niño con cinco panes pequeños de cebada y dos pececillos, pero ¿hasta dónde llegarán entre tantos?” (Juan 6:9) Andres busca otra solución pero encuentra que es igualmente imposible.

Verás, cuando contraes la enfermedad del saltamontes, buscas respuestas en todos los lugares equivocados: en tu cuenta bancaria, en tus relaciones, en tu propia inteligencia e ideas. E inevitablemente, te desanimas y estás listo para rendirte, tal como lo hicieron los discípulos en esta situación. Tal como lo hicieron los hijos de Israel en el desierto.

Y notarás que estos discípulos también estaban afectados por la pérdida de la memoria. Habían estado viajando con Jesús durante semanas y meses, y diariamente él estaba realizando milagros frente a sus ojos. Y, sin embargo, cuando se enfrentaron a una situación imposible, no dijeron ni una sola vez: “Pero Señor, estoy seguro de que puedes encontrar una respuesta, porque sanaste a ese tipo en el estanque el otro día, y convertiste el agua en vino, lo recuerdo. Y has estado sanando a todo tipo de personas, y tu palabra es verdad. No hay problema para ti, Señor. No tenemos ninguna solución, pero seguro que tú sí”.

No, no recordaban lo que Jesús había hecho, perdieron de vista quién era. Y se estaban ahogando en sus propias imposibilidades porque tenían la enfermedad del saltamontes.

Déjame contarte de otra persona que enfrentó una situación imposible: Josafat, rey de Judá. Encontrarás su predicamento descrito en 2 Crónicas 20:1-4:

Después de esto, los ejércitos de los moabitas y de los amonitas, y algunos meunitas le declararon la guerra a Josafat. Llegaron mensajeros e informaron a Josafat: «Un enorme ejército de Edom marcha contra ti desde más allá del mar Muerto; ya está en Hazezon-tamar». (Este era otro nombre para En-gadi).  Josafat quedó aterrado con la noticia y le suplicó al Señor que lo guiara. También ordenó a todos en Judá que ayunaran. De modo que los habitantes de todas las ciudades de Judá fueron a Jerusalén para buscar la ayuda del Señor.

Al igual que los hijos de Israel y los discípulos, Josafat se enfrenta a un grave dilema. Todo su ejército, todo su país podría ser aniquilado por este ejército enemigo. Y se alarma, quien no lo estaría. Pero fíjate en lo que hace Josafat en su estado de alarma: decide consultar al Señor.

Podría haber preguntado a sus asesores políticos. Sin duda, le habrían dicho que tratara de hacer un tratado de paz con este gran enemigo y salvar sus cuellos, incluso si eso significaba renunciar a la tierra. Podría haber preguntado a sus asesores militares, quienes le habrían dicho que se retirara y saliera lo más rápido posible.

Pero Josafat no consultó a la gente ni a los consejeros ni a los asesores. Él consultó al Señor. ¿Dónde has estado buscando tus respuestas mientras enfrentas tu situación imposible? ¿Es el Señor la primera persona a la que recurres? Es increíble la frecuencia con la que hacemos todo lo demás, excepto consultar al Señor.

Si has contraído la enfermedad del saltamontes, este es el primer paso para encontrar una cura: consulta al Señor. Nota que Josafat resolvió consultar al Señor—él puso su voluntad para hacerlo. Puedo imaginar que sus sentimientos lo estaban llevando en diferentes direcciones. Puedo creer que quería comenzar a correr rápido y tomar algún tipo de acción de inmediato. Pero sabía que solo encontraría respuestas al consultar al Señor, así que, sin importar si tenía ganas o no, resolvió hacerlo.

Muchas veces corremos con nuestras emociones cuando nos enfrentamos a nuestras imposibilidades. Y nuestras emociones nos llevan a la acción precipitada, a la fuga, a buscar el consejo de las personas equivocadas, etc. . Si primero le preguntaramos  al Señor, nos sentáramos con su Palabra y pidiéramos dirección, pasáramos tiempo en oración para escuchar su voz, encontraríamos las respuestas que necesitamos.

Tal vez ahí es donde te encuentras hoy: necesitas consultar al Señor. ¿Ya hiciste eso? Asegúrate de que sea el primer paso; entonces sabrás qué otros pasos debes seguir.

Bueno, cuando Josafat reunió al pueblo para consultar al Señor, nos dejó un ejemplo increíble de cómo deshacerse de la enfermedad del saltamontes. Y desafortunadamente tendremos que esperar hasta el próximo episodio. Pero quiero animarte fuertemente a que sigas leyendo, porque he encontrado que esta es una de las mejores lecciones de toda la Biblia. De hecho, este capítulo de 2 Crónicas es definitivamente uno de mis favoritos. Te voy a dar siete Rs que vienen del ejemplo de Josafat que creo que te ayudarán una y otra vez a vencer el desánimo y te darán esperanza.