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Sabemos por las Escrituras que sin fe es imposible agradar a Dios. Y la clase de fe que agrada a Dios es la fe como la de un niño. Con frecuencia nuestra fe es más infantil que como la de un niño. Nuestro desafío es nutrir la fe que parece la de un niño y eliminar la fe infantil.

Hay muchos ejemplos en las Escrituras de fe como la de un niño. Sadrac, Mesac y Abed-nego demostraron una fe como la de un niño cuando se enfrentaron a ese horno de fuego. Le dijeron al rey Nabucodonosor: “Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder, su majestad; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado” (Daniel 3:17-18).

Como niños, estos hombres adultos, que estaban entre los hombres más intelectuales y educados de su tiempo, optaron por no preocuparse por el gran asunto de cómo Dios los libraría del horno. No entraron en modo de pánico, ni en negación sobre el horno frente a ellos.

Reconocieron la realidad de su situación y luego, sin cuestionar, quejarse ni preocuparse, eligieron confiar en Dios de una manera sencilla y sin complicaciones. Esa es la fe de un niño.

Piensa en el centurión que se acercó a Jesús para sanar a su siervo. Piensa en Jairo, el principal de la sinagoga, quien le pidió a Jesús que viniera a sanar a su hija. Piensa en Pedro saltando sobre el agua para caminar hacia Jesús. Su fe era como la de un niño. No tenían en cuenta lo que los demás pensaban de ellos ni se preocupaban por parecer tontos.

En Lucas 7 (versículos 1-10) leemos acerca del centurión romano que le pidió a Jesús que sanara a su siervo enfermo. Aquí estaba un soldado romano que demostró una gran fe en Jesús, creyendo que podía sanar a su sirviente con solo decir una palabra, sin siquiera ver al sirviente.

Y cuando Jesús escuchó esto, dijo: ” Les digo, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel!” (Lucas 7:9b). Jesús estaba asombrado de su fe. Era una fe de niño, despreocupado de lo que los demás pensarían y dispuesto a humildemente pedirle a Jesús que hiciera lo que él no podía hacer.

Pregúntate: ¿Mi fe es como la un niño o es una fe infantil?