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Mientras leía Juan 7 recientemente, vi nuevamente cómo a Dios no le impresionan las mismas cosas que nos impresionan a nosotros.

En este capítulo, los fariseos estaban tratando de deshacerse de Jesús. Enviaron a los guardias del templo para arrestarlo. Pero en lugar de arrestar a Jesús, los guardias comenzaron a escucharlo. Nunca habían escuchado a nadie como Jesús antes, y estaban cautivados. Más tarde, cuando regresaron a los principales sacerdotes y fariseos sin Jesús, fueron confrontados. ¿Por qué no lo trajeron?, preguntaron los fariseos.

Ellos respondieron: Nunca nadie ha hablado como este hombre.

—¿También ustedes se han dejado engañar?—se burlaron los fariseos—.¿Habrá siquiera uno de nosotros, gobernantes o fariseos, que crea en él? 49 Esa multitud tonta que lo sigue es ignorante de la ley, ¡está bajo la maldición de Dios!

Los fariseos señalaron que ninguno de los líderes religiosos y el clero educado había creído en Jesús, por lo tanto, no podía ser real. Jesús no tenía diplomas colgados en la pared, ni títulos después de su nombre. No se relacionaba con los líderes reconocidos de su época. El hecho de que la multitud estuviera impresionada con Jesús no significaba nada para los fariseos, porque consideraban que la persona común era inculta y, por lo tanto, sus opiniones no eran importantes.

Al igual que nosotros, los fariseos juzgaban a las personas con criterios terrenales: ¿De qué familia vienes? ¿A qué escuela fuiste? ¿Qué puestos has ocupado? Jesús no estaba a la altura de ninguna de esas categorías, por lo que los fariseos lo rechazaron.

Hoy en día, todos tendemos a impresionarnos con los logros, los títulos y los puestos. Pero recuerda que las credenciales terrenales no tienen importancia para Dios. A lo largo de los siglos, Dios ha utilizado a personas que nos parecen inútiles. Esto no significa que no debamos tratar de aprender, crecer y lograr cosas. Solo significa que debemos recordarnos constantemente que nuestros logros y credenciales no tienen ningún peso ante Dios.

Una cosa impresiona a Dios: un corazón que desea conocerlo y amarlo por sobre todas las cosas. Doy gracias porque a Dios no le impresionan las credenciales terrenales, porque eso significa que todos, incluyéndome a mí, podemos agradar a Dios sin importar lo que el mundo piense de nosotros.