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¿Hay alguien en tu vida en este momento que te haya hecho mal? ¿Alguien que merece ser castigado y sufrir por el mal que te ha hecho? ¿Estás dispuesto a renunciar a tu derecho a la venganza?

Estoy hablando del don de dejar ir y esta es un área en la que a muchos de nosotros nos resulta muy difícil hacerlo. Si alguien te ha lastimado de verdad, especialmente alguien que nunca se disculpó o trató de corregirlo o incluso que haya reconocido que te lastimó, sin duda tu reacción natural es vengarte. ¿Cómo pueden salir impunes mientras te dejan herido, incluso devastado? Simplemente devora tu sentido del juego limpio, eso no es justo. Entonces, ¿cómo demonios puedes dejar de lado este profundo deseo de verlos castigados por lo que te han hecho?

He conocido a muchas personas que se han vuelto tan obsesionadas con el daño que les hacen, tan decididas a que la otra persona sufra, que se han obsesionado con la venganza. Es comprensible cómo una persona podría llegar a este lugar. Tu mente se concentra en la injusticia, y cuanto más piensas en ella, menos puedes dejar ir la ira. Entonces esa ira se convierte en amargura y te infringes aún más dolor y daño a ti mismo.

La Biblia dice que la venganza es del Señor y él la pagará. Ahora, si te aferras a un deseo de venganza, esta es una verdad que debes aprender y aceptar. Dios es el vengador; él sabe quién merece castigo; él sabe acerca de los errores que nunca han sido corregidos. Y a menos que una persona se arrepienta y verdaderamente abandone sus caminos, Dios tendrá la última palabra. Esos errores no siempre quedarán sin venganza.

Entonces, si puedes dejar de lado tu deseo de cobrar venganza; si te lo puedes quitar de encima y dárselo a Dios, te liberarás del terrible dolor de esa herida. Cuanto más te niegas a soltar, más aumentas el dolor. Y más sufres por ello.

Uno de los mejores dones que te puedes dar a ti mismo es renunciar a tu derecho a la venganza. Confía en el Dios que todo lo ve y todo lo sabe, y que algún día ajustará todas las cuentas, a su manera.