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Una de las primeras palabras que aprendemos es por qué. Si en este momento hay un niño menor de cinco años en tu casa, probablemente escuches esa palabra muchas veces al día. Parece que desde el principio queremos explicaciones y respuestas. Pero ¿qué hacemos cuando no hay respuestas?

No me gustan las preguntas sin respuesta, ¿a ti? No me gustan los cabos sueltos y los asuntos pendientes. Sin embargo, la vida está llena de ellos.

Te digo francamente que hay muchas veces que no encuentro respuesta a cosas que me suceden a mí y a otros. Bombardeo el cielo con mis porqués, pero el cielo está en silencio. Es posible que ahora mismo te encuentres en medio de alguna situación para la cual no encuentras respuestas. Dios guarda silencio. Los cielos son como piedra. Has suplicado explicaciones, pero ninguna ha llegado. ¿Qué hacemos cuando no hay respuestas?

María y Marta enfrentaron ese dilema cuando murió Lázaro. Ya conoces la historia. Mandaron llamar a Jesús para que viniera y sanara a Lázaro. Estaban seguras de que Jesús podría sanarlo y evitar su muerte, y que lo haría, porque sabían cuánto amaba Jesús a Lázaro y a ellas.

Ellas lanzaron su grito de ayuda, pero leemos en Juan 11:6 que cuando Jesús escuchó que Lázaro estaba enfermo, se quedó donde estaba dos días más. Los amaba, pero no vino a rescatarlos. ¿Por qué? Puedo ver a Marta y María esperando al lado de su hermano enfermo, esperando que Jesús atravesara la puerta en cualquier momento. Pero a medida que pasaban las horas, Jesús no aparecía. Lázaro empeoró cada vez más y lo vieron morir.

¿Crees que se preguntaron si Jesús realmente las amaba durante ese tiempo? ¿Te imaginas que debieron haberse sentido abandonadas y desamparadas por Jesús, al ver que él podría haber venido y sanar a su hermano, pero decidió no hacerlo?

¿Te has sentido así? Creo que todos pasamos por reacciones similares cuando no hay respuestas. Incluso si te sientes abandonado, la buena noticia es que no lo estás. Jesús ha prometido nunca dejarte ni desampararte, y nunca deja de cumplir su promesa. Entonces, permíteme animarte hoy con lo que dijo David registrado en el Salmo 40:1: Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. El Señor escucha tu clamor y no te ha desamparado.