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Presentado por Lisa Bishop
¿Eres santurrón? ¡Qué pregunta, no? Me aventuraría a decir que hay momentos en nuestras vidas en los que hemos sido santurrones, y el comportamiento santurrón puede poner en peligro las relaciones y destruir la comunidad. Como seguidores de Jesús, tú y yo estamos llamados a ser una comunidad que se ama unos a otros. Pero, ¿cómo lo hacemos bien?
Estamos viendo lo que dice la Biblia sobre nuestras disposiciones, mentalidades y actitudes y cómo debemos comportarnos de una manera que fomente la unidad.
por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, (Romanos 3:23-24).
Todos pecaron y se están destituidos. Eso te incluye a ti y a mí. Esta verdad bíblica debería mantenernos humildes. Pero cuando nos centramos en las deficiencias de los demás y nos olvidamos de mirarnos en el espejo, la santurronería puede levantar su fea cabeza y causar estragos en la comunidad. La auto justificación o la santurronería suele colarse en nuestras vidas cuando empezamos a compararnos a nosotros mismos y nuestras acciones con las de los demás en lugar de medirnos con el estándar perfecto de Dios.
Podemos caer en la trampa de la auto justificación, de la santurronería cuando criticamos y juzgamos a los demás y nos volvemos demasiado confiados en nosotros mismos y en nuestra propia superioridad moral.
Podemos pensar: “Soy más fiel que esa persona” o “Al menos no actúo de esa manera ni lucho con ese pecado”.
Jesús nos dio una poderosa advertencia sobre la auto justificación en Lucas 18, cuando contó esta parábola.
«Dos hombres subieron al Templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo, puesto en pie y a solas, oraba: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”.
En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”.
» Les digo que éste y no aquel volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido» (Lucas 18:10-14).
La ironía de la auto justificación es que no solo nos ciega a nuestro pecado, sino que también nos impide amar a los demás como Jesús manda. Cuando tu y yo recordamos que no alcanzamos el estándar perfecto de Dios, estaremos menos inclinados a señalar con el dedo cuando la gente a nuestro alrededor también lo haga.
¿Cómo podría estar actuando de manera hipercrítica, superior o criticando a los demás? En lugar de ser moralistas, recordemos que todos nos quedamos cortos y vivamos a la luz de la justicia que es nuestra debido a nuestra fe en Cristo. Cuando vivimos de esta manera, mostramos unidad y atraemos a otros a Jesús.