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Debo admitir que no soy una persona elegante. En mi primer año de universidad, durante las vacaciones de Navidad, mi madre me programó para recibir lecciones privadas con una mujer que me enseñaría a ser elegante. ¡Ahora, que mi madre gastara dinero en tales lecciones era una indicación de cuánta ayuda necesitaba! Yo no era elegante entonces y todavía no lo soy hasta el día de hoy.

Esta mujer se esforzó por hacerme más elegante, pero desafortunadamente soy como un toro en una cacharrería. Cualquier cosa con la que se pueda chocar, yo lo choco. Si es frágil, lo rompo. Si se puede tropezar con él, yo tropiezo con él. He llegado a la conclusión de que, si no eres una persona elegante por naturaleza, simplemente no hay mucho que puedas hacer al respecto.

Me alegra informarles que, aunque nunca llegue a ser elegante, puedo estar llena de la gracia, llena de gracia. Eso no depende de mí agilidad o destreza ni de ningún atributo físico. Más bien, depende de mí apertura a la gracia de Dios y de mi voluntad de dejar que llene mi vida.

Al escribir sobre nuestro Salvador, Juan dice:

Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14).

Jesús estaba lleno de gracia. Como creyentes en Jesucristo, tu y yo estamos en el proceso de ser transformados a su semejanza con gloria cada vez mayor. Debemos ser llenos de su Espíritu y, por lo tanto, tenemos la increíble oportunidad de ser llenos de gracia. Como Jesús, podemos estar llenos de gracia.

Cuando se le preguntó qué era lo que diferenciaba al cristianismo de todas las demás religiones, C. S. Lewis respondió: “Oh, eso es fácil. Es gracia”. Ninguna otra religión ofrece el amor y la redención de Dios que llegan a nosotros de forma gratuita, como un regalo, sin condiciones, sin necesidad de desempeñarse de alguna manera, sin estándares que cumplir. Sólo el cristianismo se atreve a hacer incondicional el amor de Dios. Esto se debe a que el cristianismo tiene el único Salvador calificado, Jesucristo.

Esta semana quiero animarte a que seas muy intencional en cuanto a convertirte en una mujer (o un hombre) lleno de gracia, lleno de la gracia de Dios. Debe convertirse en algo más que un cliché, más que las palabras que decimos o las canciones que cantamos. La gracia de Dios necesita impregnar cada rincón de nuestro ser para que seamos ejemplos vivos de su gracia.