Play

Es sorprendente la cantidad de dichos que se cree que provienen de la Biblia, cuando no es así. Algunos son inofensivos, como las costumbres que han surgido en torno al nacimiento de Jesús. Por ejemplo, no sabemos si había un mesonero, y mucho menos qué dijo. No tenemos idea de cuántos reyes magos vinieron a visitar a Jesús y, cuando lo hicieron, si estaba en un pesebre o en una casa, probablemente de cerca de dos años de edad. Estas son inexactitudes, pero no hacen injusticia a la verdad bíblica.

Las cinco cosas que quiero señalar a menudo se aceptan como verdad, pero en realidad se oponen a las Escrituras. Esta es la primera:

Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos o “ayúdate que yo te ayudaré”

¡Eso no lo encontrarás en la Biblia! En cambio, Romanos 5:8 dice exactamente lo contrario:

Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8).

No había, ni hay nada que podamos hacer para solucionar nuestro problema del pecado. Jesús lo pagó todo, ¡mientras que todavía éramos pecadores y no podíamos hacer nada para ayudarnos a nosotros mismos!

Este dicho tan aceptado de que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos parece implicar que podemos obligar a Dios a que nos ayude siempre y cuando hagamos algo para demostrarle que nos estamos ayudando a nosotros mismos. En otras palabras, podemos poner a Dios en deuda con nosotros, obligarlo a que nos ayude porque, después de todo, nos estamos ayudando a nosotros mismos. Además, si no hacemos algo para ayudarnos a nosotros mismos, Dios no nos ayudará.

Hay mucho en las Escrituras que contradice esta creencia. Es cierto que Dios no honra ni aprueba la pereza. La parábola de los talentos nos enseña a ser diligentes en la administración de lo que Dios nos ha dado: talentos, dinero y habilidades. Pero nuestro trabajo para Dios, nuestra obediencia a él, debe surgir de un corazón de amor y gratitud, no de forzar la mano de Dios, por así decirlo. Además, cuando empezamos a creer que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos, entonces podemos empezar fácilmente a atribuirnos el mérito de nuestros logros.

Cuando escuches a alguien decir: “Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos” o que Dios dice: “Ayúdate que yo te ayudaré”, recuerda que Dios ayuda a quienes están totalmente indefensos por su gran amor y su gracia asombrosa, no por ninguna obligación impuesta sobre él porque nos “ayudamos a nosotros mismos”.