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Durante muchos años tuve el privilegio de guiar grupos en una visita a Israel, la Tierra Santa. El momento culminante de esos días en Israel fue el último, cuando visitamos un lugar en Jerusalén que bien podría ser el lugar donde Jesús fue crucificado. Junto a él hay un jardín con una tumba antigua que data de la época de Jesús. Hay mucha evidencia que sugiere que este podría ser el jardín donde José de Arimatea y Nicodemo llevaron el cuerpo de Jesús y lo depositaron en esa tumba.
Cada uno de nosotros entra y sale de esa tumba, y la palabra en nuestros labios siempre es: “¡Está vacía; ha resucitado!”. Siempre me imagino cómo debieron sentir María Magdalena, Pedro y Juan al descubrir esa tumba vacía. En Juan 20 leemos que Simón Pedro entró en la tumba y vio el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús, aunque el sudario no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. (Juan 20:7).
Es un detalle interesante el que nos da Juan, y quizás te preguntes por qué se aseguró de que constatara que el sudario estaba doblado aparte. Para entender esto, hay que comprender un poco la tradición hebrea de aquella época. La servilleta doblada se relacionaba con el amo y el sirviente, y todo judío conocía esta tradición. Cuando el sirviente ponía la mesa para el amo, se aseguraba de que estuviera exactamente como este la quería. La mesa estaba perfectamente servida, y entonces el sirviente esperaba oculto hasta que el amo terminara de comer, sin atreverse a tocarla hasta que el amo terminara.
Al terminar, se levantaba de la mesa, se limpiaba los dedos, la boca y la barba, y hacía una bola con la servilleta y la tiraba sobre la mesa. El sirviente entonces sabía que debía recoger la mesa, pues en aquellos días, la servilleta arrugada significaba: «He terminado». Pero si el amo se levantaba de la mesa, doblaba su servilleta y la ponía junto a su plato, el sirviente no se atrevía a tocar la mesa, porque sabía que la servilleta doblada significaba: “Todavía no he terminado”. La servilleta doblada significaba: “¡Volveré!”.
Juan se asegura de registrar que la servilleta estaba doblada, porque sabía que sería muy significativo para los discípulos. ¡Él volverá! No está muerto; está vivo.
Tú y yo debemos estar tan felices y emocionados como Pedro, Juan y María Magdalena el día que entraron en esa tumba vacía.