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Presentado por Lisa Bishop
Examinemos otro asesino de la compasión: los celos.
Los celos surgen con mayor frecuencia de la comparación: comparar nuestras finanzas con las de los demás, nuestras carreras, nuestros títulos en el trabajo, la cantidad de crédito o el tiempo en el centro de atención que recibimos en comparación con un compañero de trabajo en nuestro equipo. Nuestro estado civil, nuestra casa, nuestros hijos, nuestro auto, nuestro cónyuge, nuestra apariencia, la lista continúa. Cuando comparamos nuestras vidas con las de los demás, puede conducirnos a un sentimiento de carencia, que en última instancia puede conducir al resentimiento que envenena nuestras relaciones. Cuando nos comparamos con los demás, nuestro corazón puede enfriarse y ser llevado a la apatía, la insensibilidad y la animosidad.
Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. (Santiago 3:16).
Los celos crean una barrera que nos impide expresar un interés genuino por los demás y celebrar su buena fortuna.
Jesús encarnó la compasión y nos enseñó a hacer lo mismo.
En Lucas 15, Jesús comparte un ejemplo de compasión (y falta de ella) a través de la parábola del hijo pródigo.
En esta historia, aprendemos que un hombre tenía dos hijos. Vemos al menor exigiendo su herencia y abandonando la casa de su padre, solo para vivir imprudentemente, malgastando todo lo que tenía y arruinando su vida.
Cuando se queda sin dinero y se encuentra en la indigencia, decide regresar a casa. En lugar de actuar con ira y repudiarlo, su padre responde con compasión y alegría y lo recibe con los brazos abiertos. Cuando su padre lo ve acercarse, siente compasión y corre a abrazarlo y besarlo (Lucas 15:20).
Su hermano mayor, por otro lado, está lleno de ira y celos en lugar de compasión, por las malas decisiones de su hermano. Él dice:
“¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”. (Lucas 15:29-30).
A sus ojos, su hermano menor no merecía el cálido y alegre regreso a casa.
La conclusión es que los celos matan la compasión y pueden hacer que actuemos de maneras que no son apropiadas de un seguidor de Jesús. Cuando nos centramos en nuestras propias bendiciones y practicamos la gratitud, en lugar de compararlas con la buena fortuna de los demás, podemos liberarnos de las garras de los celos, confiar en la provisión de Dios y permitir que la compasión prospere.