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¿Eres una persona humilde? Creo que a la humildad se le ha dado una mala reputación, porque la idea común es que la humildad es ser débil, ser poco asertivo e inseguro. Pero la verdadera humildad es todo menos eso.

Primero, necesitamos distinguir entre la verdadera humildad y la falsa humildad.

¿Alguna vez has conocido a alguien que actuó muy humilde pero de alguna manera no sentiste que era sincero? Ese tipo de falsa humildad nunca impresiona a nadie, y le da a la humildad un mal nombre. Cuando intentamos demostrar nuestra humildad, ¡entonces es seguro que no la tenemos!

Por ejemplo, negarse a aceptar cumplidos con gracia no es una verdadera humildad. Decir cosas degradantes sobre ti no es un signo de humildad. Negarse a aceptar recompensas o reconocimiento por lo que has logrado no es una señal de humildad.

Cuando una persona es verdaderamente humilde, no piensa en eso, no habla de eso, ni siquiera lo reconoce en sí mismo. Es un resultado natural de conocer a Dios y comprender quién eres tu en comparación con quién es Dios.

Las personas verdaderamente humildes son enseñables. No tienen una actitud de “sabelotodo”. Reconocen que pueden aprender de los demás y que no tienen todas las respuestas. Están abiertos a sugerencias y críticas constructivas.

Esas características son extremadamente útiles en cualquier entorno, incluido un entorno laboral. La verdadera humildad no es algo que practicamos solo los domingos, es un rasgo inconsciente que es parte de lo que somos. La persona que es verdaderamente humilde es la que respeta a otras personas y no tiene una actitud arrogante o condescendiente hacia los demás. El apóstol Pablo dijo en Filipenses 2: 3 que consideremos a los demás mejor que nosotros mismos. En otras palabras, la verdadera humildad es cuando nos recordamos continuamente a nosotros mismos de la importancia de otras personas, cuando tratamos de practicar diariamente la compasión y tener empatía por los demás.