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¿Alguna vez has escuchado este proverbio actual: “Un estómago hambriento no tiene oídos”?

Este es nuevo para mí: “Un estómago hambriento no tiene oídos”, pero cuando lo escuché, me di cuenta de lo cierto que es. Cuando una persona tiene una gran necesidad, de comida, ropa o vivienda o alguna necesidad realmente urgente, darles una conferencia o predicar un sermón es perder el aliento. Esa persona tiene una cosa en mente: satisfacer esa necesidad urgente.

¡He escuchado a esposas contar cómo han aprendido a no acercarse a sus maridos hambrientos con un problema, sugerencia o cuestión hasta que hayan comido! Reciben una recepción diferente cuando su esposo tiene hambre en comparación con cuando acaba de disfrutar de una buena comida. Es cierto: un estómago hambriento no tiene oídos.

Cuando pensamos en llegar a las personas que no conocen a Jesús con las buenas nuevas del Evangelio, debemos recordar que antes de que nos escuchen, deben ver que nos preocupamos por sus necesidades, sean las que sean. Mi iglesia abrió un hogar residencial para mujeres rescatadas de la explotación sexual. Lo primero que necesitan esas mujeres es un lugar seguro para vivir con personas que se preocupan por sus necesidades físicas y emocionales. Entonces tendrán oídos para escuchar nuestras lecciones bíblicas y las buenas nuevas acerca de Jesús.

En Mateo 25, Jesús contó la parábola de los justos que alimentaban a los hambrientos y daban de beber a los sedientos, vestían a los desnudos, cuidaban de los enfermos y visitaban a los presos, diciendo que habían hecho esto por el Rey. Como no recordaban haber hecho nunca esto por el Rey, él explicó: “Les digo la verdad, todo lo que hicieron por uno de los más pequeños de estos hermanos y hermanas míos, lo hicieron por mí” (Mateo 25:40).

Cuando nos esforzamos por satisfacer las necesidades de “los más pequeños”, es lo mismo que hacerlo por Jesús mismo. Una pareja en nuestra iglesia ha comenzado a alimentar a las personas sin hogar que están en las calles alrededor de su apartamento y a pagarles para lavar su ropa, y debido a que satisfacen esas necesidades básicas, tienen la oportunidad de hablarles sobre Jesús. Recuerda, un estomago hambriento no tiene oídos.