Play

Presentado por Julie Busteed

¿Sabes que eres hijo del Rey? ¿Vives en esa realidad? Hace años, recuerdo que mi tía Fran me envió por correo una corona de oro de papel con una nota que decía: “Eres una princesa. Eres hija del Rey”.

En ese momento, me reí, negué con la cabeza y dije: “Así es la tía Franny: enviando y haciendo estas locuras”. Pero al reflexionar sobre ello —y ella sí que lo entendía, porque lo recuerdo después de tantos años—, fue un gran recordatorio de mi verdadera identidad. Porque conozco a Cristo y soy suya, él es mi Rey. Eso me convierte en realeza.

Tenemos tantos títulos para nosotros mismos. Tenemos nuestros puestos de trabajo y roles. También somos esposos, padres, madres, hijos, hermanos y amigos. También nos identificamos por dónde vivimos o dónde nacimos. Se habla mucho de a qué generación pertenecemos: baby boomers, generación X, millennials, generación Z, alfa. Quizás te identificas por la cantidad de seguidores o “likes” que tienes en redes sociales. Hay muchas maneras de identificarnos. Pero ¿cuál es tu verdadera identidad?

Lo que piensas de ti mismo, lo que te dices a ti mismo, tiene un impacto increíble en cómo te comportas y vives tu vida.

Si eres seguidor de Cristo, lo más importante es descubrir lo que dice la Palabra de Dios. Hablaremos de cinco maneras en que Dios nos ve y, a su vez, cómo debemos vernos correctamente.

Comenzando por el principio, en Génesis, aprendemos que fuimos creados a su imagen.

Entonces Dios dijo: «Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros. Ellos reinarán sobre los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, todos los animales salvajes de la tierra y los animales pequeños que corren por el suelo». Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó. (Génesis 1:26-27).

Cuando te detienes a meditar en esta verdad, es asombroso. El Creador de este mundo nos creó a su imagen. Él nos dotó de talentos, habilidades, emociones y mentes únicas. El Salmo 139 dice que fuimos creados de manera admirable y maravillosa.

Nuestro valor personal no reside en lo que pensamos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo o de nuestra vida. Tenemos valor porque fuimos creados de manera admirable y maravillosa a imagen de Dios.