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Cuando Dios no haya respondido a tus preguntas, cuando no veas justificación para lo que está sucediendo en tu vida, aprende a hablar contigo mismo.

En Salmo 77:7-9 vemos un ejemplo de Asaf hablando solo. Expresó su rabia diciendo:

«¿Nos rechazará el Señor para siempre?

¿No volverá a mostrarnos su buena voluntad?

¿Se habrá agotado para siempre su gran amor

y su promesa por todas las generaciones?

¿Se habrá olvidado Dios de sus misericordias

y en su enojo ya no quiere tenernos compasión?».

Luego, después de decir esas palabras de duda e ira, y creo que al escuchar en sus propios oídos lo tontas que eran, Asaf dijo, en el Salmo 77:10-12:

Y me pongo a pensar: «Esto es lo que me duele:

que haya cambiado la diestra del Altísimo».

Prefiero recordar las hazañas del Señor,

traer a la memoria sus milagros de antaño.

Meditaré en todas tus proezas;

evocaré tus obras poderosas.

Asaf sacó de su boca las palabras necias y enojadas, expresando a su comprensivo y paciente Dios toda su ira y frustración. Y luego cambió su forma de pensar y empezó a recordar todo lo que Dios había hecho.

Ah, ahí está nuestra respuesta, amigos. Renovando nuestra mente con un pensamiento correcto sobre quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros. Así como Asaf necesitaba volver a saber quién es Jehová Dios y lo que había hecho, nosotros también debemos hacerlo.

Cuando las preguntas no tienen respuesta, es posible que tengas que abandonarlas o estar dispuesto a vivir con ellas. Pero no tienes por qué vivir desesperado o enojado; el mismo Dios que por cualquier motivo no responde a tus preguntas es el Dios que te traerá consuelo y fortaleza para enfrentarlas.

A menudo pienso en la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos cuando muchos de sus seguidores lo estaban abandonando.

Así que Jesús preguntó a los doce: —¿También ustedes quieren marcharse?  —Señor —contestó Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. (Juan 6:67-68).

Amigos, ¿a dónde más irán con sus preguntas sin respuesta? Si no hay respuestas de Dios, entonces confía en que él te ayudará. Hay una canción que me gusta mucho y que dice: “Dios es demasiado sabio para equivocarse, Dios es demasiado bueno para ser cruel. Así que, cuando no puedes entender, cuando no ves su plan, no rastrees su mano, confía en su corazón”. Y eso es lo que te dejaría hoy. Cuando no puedas ver por qué Él está haciendo lo que está haciendo, aún puedes confiar en su bondad y su amor por ti. Cuando no puedas rastrear su mano, confía en su corazón.