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¿Alguna vez has dicho: “¡Señor, ya es suficiente! ¿Cuándo vas a hacer algo al respecto? ¿Por qué esperas tanto?” Bueno, no conozco a nadie que no le haya hecho esas preguntas a Dios en algún momento u otro de su caminar cristiano.
¿Por qué esperar es tan duro para nosotros? ¿Por qué caemos tan fácilmente cuando Dios no hace lo que creemos que debería hacer, cuando creemos que debería hacerlo? Permíteme compartir mis propias respuestas a esas preguntas y ver si puedes identificarte conmigo.
Esperar me resulta difícil porque no me gusta lo desconocido. Quiero saber qué hay ahí fuera; Los misterios me asustan, especialmente en lo que respecta a mi propio futuro. Esperar es difícil para mí porque soy una persona del aquí y ahora, y quiero que todo esté en pequeñas filas ordenadas, sin hilos pendientes, sin problemas sin resolver.
Esperar me resulta difícil cuando creo que conozco la solución correcta y no veo ningún beneficio en esperar a que suceda. De hecho, normalmente me parece desastroso pensar que no sucederá en mi tiempo. Esperar me resulta difícil porque tiendo a ser una persona controladora y quiero sentir que todo va según lo previsto.
Sin duda, tu puedes identificarte con algunas de mis dificultades con la espera y tal vez agregar algunas propias. Cuando miro más de cerca, debo concluir que mi problema es que no quiero soltarlo y confiar en Dios. Tengo miedo de confiar en Dios. Es una actitud pecaminosa, aunque frecuentemente desapercibida, pensar que tengo mejores soluciones, mejores horarios, mejores ideas que Dios. Es una falsa confianza en mí misma. Es un poco difícil de afrontar, pero creo que es la causa fundamental de mis luchas (y las tuyas también) cuando Dios nos hace esperar.
La verdad es que los períodos de espera de nuestras vidas son muy importantes para nuestro crecimiento espiritual y comprensión de Dios, porque a través de ellos aprendemos a caminar por fe y no por vista.