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Te he estado desafiando a que te consideres un anfitrión o una anfitriona en tu trabajo y en otros lugares, para poder conectarte mejor con la gente. Para iniciar conversaciones, ofrece ayuda voluntaria y mantén la antena alerta para cualquiera que necesite una palabra de aliento. Así es como mostramos el amor de Cristo en un mundo hambriento de bondad y compasión.
Recuerdo que alguien nos dio un mensaje desafiándonos a “dejarlo mejor de cómo lo encontraste”. Imagínate cuánto mejor sería nuestro mundo si todos practicáramos eso con regularidad, dejando todo mejor de cómo lo encontramos.
Tomemos ese principio y apliquémoslo a nuestras relaciones. ¿Qué pasaría si nuestro objetivo fuera asegurarnos de que cada relación que tengamos, de una duración significativa (como quince minutos o más), dejara a esa persona mejor de lo que la encontramos? Hacer algo por esa persona agregaría valor a sus vidas. Podría ser un consejo que nos tomemos el tiempo para compartir, o un oído atento, o un libro que podamos recomendar, o una invitación a almorzar.
Ya sabes, la gente no recuerda tanto lo que hacemos o qué tan bien lo hacemos, pero sí recuerdan cómo les hicimos sentir. ¿Alguna vez has pensado en cómo haces sentir a los demás? Estoy segura de que has pensado en cómo te hacen sentir otras personas. Pero invierte eso y pregúntate: “¿Cómo hago sentir a otras personas?”
Algunas personas nos hacen sentir insignificantes. Otros nos intimidan. Algunas personas nos hacen sentir fracasados. Sin duda, puedes pensar en personas en tu vida que te generan ese tipo de sentimientos negativos. Puede que no tengan la intención de emitir esas vibraciones, pero algo en su manera o en su forma de tratarte te da esa impresión. Detente y pregúntate: ¿Le hago eso a los demás?
He aprendido que puedo enviar mensajes negativos a los demás debido a mi tendencia a estar muy orientada a los proyectos y muy concentrada en realizar un trabajo. En el proceso, si no tengo cuidado, puedo perder oportunidades de reconocer a las personas en el camino y enviarles el mensaje involuntario de que no son importantes para mí. Estoy trabajando duro para cambiar esos malos hábitos, pero tengo que ser muy intencional al respecto y recordar contenerme y conectarme con todas esas personas.
¿Qué tipo de mensajes envías a los demás? ¿Sienten que eres una persona cariñosa? ¿Transpiras una actitud de aceptación y calidez? Obviamente, soy consciente de que no podemos complacer a todos y que la gente puede optar por malinterpretarnos injustamente. Pero también tenemos la responsabilidad, como Pablo escribió a los Corintios, de esforzarnos en hacer lo correcto, no sólo ante los ojos de Dios, sino también ante los ojos de los hombres (2 Corintios 8:21).