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¿Alguna vez acudes a Dios en busca de ayuda en un pánico sin fé? Ciertamente puedo recordar haber hecho eso en momentos en que he estado al final de mi propia cuerda, y en pánico en lugar de fe, he acudido a Dios en busca de ayuda.

Recientemente estuve comparando dos historias en Mateo 8. La primera es la historia del centurión que le pidió a Jesús que sanara a su siervo. Recuerdas que el centurión insistió en que Jesús podía sanar a su siervo con solo hablar una palabra, no necesitaba ir a su casa. El centurión tuvo fe para creer que Jesús tenía el poder de simplemente hablar de sanidad a su siervo que estaba a millas de distancia. Cuando Jesús escuchó esto, dijo: “No he encontrado a nadie en Israel con una fe tan grande” (Mateo 8:10).

Verás, este centurión no era un israelita, pero creía en Jesús. Y Jesús lo felicita por su fe, y sana a su siervo como se lo pidió.

Poco tiempo después, los discípulos se acercan a Jesús en pánico. Jesús estaba dormido en la barca, y rápidamente se levanta una borrasca que amenaza con volcar la barca y ahogarlos a todos. Vienen con mucho miedo, rogándole a Jesús que haga algo si puede. Y Jesús les dice: “Hombres de poca fe. ¿Por qué tienen tanto miedo?” (Mateo 8:26).

Es interesante que el Centurión fue elogiado por su fe y los discípulos son confrontados por su falta de fe. Ambos necesitaban ayuda. Ambos buscaron la ayuda de Jesús. Jesús respondió a ambas peticiones. Pero uno era un pedido de fe, y el otro era un grito de pánico sin fe.

El centurión esperaba que Jesús sanara a su siervo, incluso a larga distancia. Los discípulos estaban asombrados de que Jesús pudiera calmar la tormenta. El centurión solo conocía a Jesús de lejos por su reputación. Los discípulos habían pasado mucho tiempo con él. Sin embargo, el centurión mostró una gran fe. Vino con su necesidad, pero trajo expectativas junto con la necesidad. Los discípulos vinieron con su necesidad, pero pensaron que esta tormenta era demasiado para Jesús. Realmente no esperaban que hiciera lo que hizo.

¿Qué tal tú y yo? Jesús nos invita a venir con nuestras necesidades, pero le encanta ver la fe junto con ellas. La próxima vez que estés en una situación de pánico y necesites la liberación de Jesús, ven con fe creyendo que él escuchará y responderá. Él ama vernos venir a él por fe. Le agrada ver que tenemos fe en él. De hecho, sin fe, es imposible complacerlo.