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Te he estado alentando a no ser parte de la cultura de “estoy ofendido”, pero también a no dejarte intimidar por ella. Es fácil permitir que esta cultura invasiva nos haga mantener la boca cerrada cuando deberíamos hablar, lo que nos hace temer que los demás no nos acepten. ¿No sabes que el enemigo de nuestra alma se deleita en utilizar este síndrome de la ofensa para hacer que nos retiremos a nuestros santos apiñamientos y mantengamos la boca cerrada?

Piensa en un momento en el que Jesús ofendió a algunas personas. Al confrontar a los fariseos y maestros de la ley por su hipocresía en Mateo 15:12, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: —¿Te das cuenta de que has ofendido a los fariseos con lo que acabas de decir? Los discípulos se sorprendieron de que Jesús hablara abiertamente en contra de sus gobernantes religiosos, sabiendo que eran poderosos y podían hacerle daño. Puedo imaginarlos tomando a Jesús aparte y advirtiéndole que su crítica a los fariseos era realmente peligrosa. Pensaron que de alguna manera no lo entendía, no se dieron cuenta de que estaba ofendiendo a los fariseos, porque seguramente no lo haría intencionalmente.

Escucha cómo respondió Jesús: —Toda planta que no fue plantada por mi Padre celestial será arrancada de raíz,  así que no les hagan caso. Son guías ciegos que conducen a los ciegos, y si un ciego guía a otro, los dos caerán en una zanja” (Mateo 15:13-14). Esto es lo que Jesús está diciendo: si los fariseos y sus enseñanzas no son de Dios, no son de acuerdo con la verdad, entonces no durarán y sus enseñanzas no durarán. Déjalos solos. No pierdas el tiempo tratando de cambiarlos o complacerlos. Son ciegos guiando ciegos y eventualmente serán expuestos y fallarán.

La verdad siempre triunfa sobre el error, por lo que habrá ocasiones en las que decir la verdad, sí, incluso decir la verdad con amor, resultará ofensivo para alguien. Esos son los momentos en los que debemos estar preparados para defender la esperanza que hay en nosotros, como dice Pedro, y hacerlo con reverencia y gentileza. Entonces, cuando necesitamos decir una verdad que puede ser ofensiva para los demás, lo hacemos con un espíritu humilde y con palabras tan amables como sea posible, pero no vacilamos en hacerlo, incluso si se nos critica por ofender a otros.

Por lo tanto, aunque nunca debemos ser parte de la cultura del “estoy ofendido”, tampoco debemos vacilar en decir la verdad y siempre con un espíritu amoroso.