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Uno de los resultados engañosos que nos pueden suceder cuando nos han herido es que puede hacer que nos encierre la amargura y eso puede hacernos cegar ante nuestras fallas personales. Crea puntos ciegos para nuestras propias faltas.

1 Juan 2:11: “Pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y en ella vive, y no sabe a dónde va porque la oscuridad no lo deja ver”.

Los males que nos han hecho pueden fácilmente llevarnos al odio, lo reconozcamos o no. Y el odio causa ceguera: nos volvemos ciegos a nuestros propios defectos.

Podemos justificar el haber herido a otros porque hemos sido heridos. Por ejemplo, puedes pensar que el daño que te hicieron es tan profundo que nada de lo que hagas podría ser tan malo como lo que te hicieron a ti, por lo que te liberas.

Es posible que ni siquiera te des cuenta de que estás descargando ese dolor con personas inocentes. Esto es especialmente cierto si no es posible confrontar a quien te ha hecho daño, o si no está dispuesto a reconocer lo que te ha hecho. O en algunos casos, si ya no están vivos.

Reconozco que este tema de las heridas que nos han hecho no se puede resolver fácilmente, pero podemos comenzar a dar los primeros pasos para ser liberados de la amargura y el odio que pueden resultar de nuestra herida.